Animalito despeluchado, cojo y sordo. Casi como el amo.
Los dos madrugan su vejez, emigrantes de un campo bucólico y crudo a la ciudad sin cocinar que no está hecha para paladares con pocos dientes.
Los dos madrugan su vejez, emigrantes de un campo bucólico y crudo a la ciudad sin cocinar que no está hecha para paladares con pocos dientes.
La acera que ocupa la parada del bus, tres portales, le cuesta al más pequeño un esfuerzo de titanes. Cada paso, un dolor nuevo y una victoria triste. Bajan los dos a la calle a airear sus días de piso sin tierra y a intentar las heces el pequeño. El esfuerzo, a menudo, mayor que el paseo.
Los dos sordos caminan lento, cada mañana. Yo los oigo mientras espero mi universo diario, mi sordo cautiverio de ruedas municipales. Uno delante y el otro siguiéndole. Los dos llamándose. Ellos llegan a la esquina uno después del otro y yo, más tarde, al curro.
Hoy paseaba solo el sordo de dos piernas, el que ladraba más. Ha mirado hacia atrás dos veces, pero ya no ha llamado al compañero, aunque sus ojos lo han buscado. También nosotros.
El ruido de sus voces, hoy, muy sordo. Y molesto. Hemos ido al curro los de mi calle todos despeluchados.
Hi ha ocasions en què les fotos sobren: s'imposa la força de la paraula.
ResponderEliminaro la del silenci...
Eliminaruf cavaliere, colpida i admirada per la teva capacitat de descriure escenes i fer-les entrar directes al cor.
ResponderEliminargràcies, Anna, 'favor que usté me hase'...
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