Hoy no es un día cualquiera más: va con él. Con una o un compañero de aspecto suave y de pelo ensortijado que parece un conejito, por sus grandes orejas. Pero puede ser un osito. O tal vez sea una ovejita: en uno de los giros, los ojos del "amigo" parecen estar adornados con unas larguísimas y seductoras pestañas. Da igual, lo importante son los ojos de ella: admiración, entrega, adoración... amor. Podría asegurar que esos ojos reflejan la alegría de un encuentro largamente esperado o un alumbramiento tras el largo embarazo. En este momento no existe el tráfico, ni hay personas de pie o caminando por la calle; tampoco hay una parada de autobús ni gente yendo al trabajo, al médico ni a otras obligaciones. La niña de ojos enamorados es un lago clarísimo que refleja las nubes mientras adora la lluvia que lo ensancha, una criatura dulcísima disfrutando del calor del abrazo a lo que más desea.
Contemplo el milagro de un momento de intimidad pura desde mi autobús abarrotado por la vuelta de las vacaciones.
Es el suyo un amor maduro de al menos tres días. El flechazo del día seis, bien temprano -el encuentro bajo el árbol ha sido mágico-. El día siete lo pasaron dolorosamente separados, todo el día en el cole queriendo volver a casa. Pero hoy ya es ocho de enero y papá les ha dejado por fin venir en estrecho abrazo a esperar el autobús juntos, aunque luego se llevará el tesoro de regreso a casa -los maestros no entienden de amores como el suyo-. Y el orgullo que hay tras sus ojos, su satisfacción, su confianza y el calorcito que siente en el corazón, hacen de la suya la sonrisa más hermosa de toda la avenida.
Llega otra niña, también con un padre detrás. Sólo lleva su mochila en la espalda, nada entre brazos. No se acerca demasiado. Sus ojos han reconocido y respetado la ternura que contemplan. Con seriedad y un poco de vergüenza. Es consciente de no tener derecho a interrumpir la pasión que ocupa casi toda la acera en una sola baldosa.
Se acerca despacio, con la cabeza gacha y la mirada esquiva.
Los padres de ambas animan el acercamiento que los pies de la recién llegada hacen muy lento.
La niña cuya mochila carga su padre reconoce a la amiga de todos los días y le muestra el tesoro que hace brillar sus ojos con un leve giro de sus brazos, para que disfrute de la visión de las deliciosas pestañas, de las enormes pupilas que son dos universos en los que está flotando ella esta mañana, del amor hecho de algodón rizado y luz y océanos y espacio…
La ternura y la emoción se adueñan de la cara de la niña con mochila y padre detrás.
Dos sonrisas ahora en la acera. Y la mía en el autobús.
Mi universo continúa con su rutina antes de contemplar el desenlace.
meravellós...
ResponderEliminarMe encanta!
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