sábado, 10 de abril de 2010

de "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño

Joaquín Font, Clínica de Salud Mental El Reposo, camino del Desierto de los Leones, en las afueras de México DF, abril de 1980. Hace dos meses Álvaro Damián vino a verme y me dijo que tenía algo que decirme. Dime qué es, le dije, toma asiento y dime qué es. Se acabó el premio, dijo él. ¿Qué premio?, dije yo. El premio para poetas jóvenes Laura Damián, dijo él. No tenía idea de qué me hablaba, pero le seguí la corriente. ¿Y eso a qué se debe, Álvaro, le dije, a qué se debe? A que se me acabó el dinero, dijo él, lo he perdido todo.
Todo lo que llega fácil se va fácil, me hubiera gustado decirle, siempre he sido un anticapitalista convencido, pero no se lo dije porque le vi la cara de tristeza y porque el pobre hombre parecía cansado.
Estuvimos hablando durante un largo rato. Creo que hablamos del tiempo y del paisaje tan bonito que se ve desde el manicomio. Él decía: parece que hoy va a hacer calor. Yo le decía: sí. Luego nos quedábamos callados o yo mo me ponía a canturrear y él se quedaba callado hasta que de pronto decía (es un ejemplo): mira, una mariposa. Y yo le contestaba: sí, hay bastantes. Y después de estar un rato así, hablando, o leyendo juntos el periódico (aunque aquel día precisamente no leímos juntos el periódico), Álvaro Damián dijo: tenía que decírtelo. Y yo le dije: ¿qué tenías que decirme, Álvaro? Y él dijo: que el premio Laura Damián se acabó. Me hubiera gustado preguntarle por qué, por qué tenía que decírmelo precisamente a mí, pero luego pensé que mucha gente, sobre todo aquí, tiene muchas cosas que decirme, y que ese impulso de comunicabilidad es algo que a mí generalmente se me escapa pero que acepto sin reservas, total, con oír no se pierde nada.
Y luego Álvaro Damián se marchó y veinte días después vino mi hija a visitarme y me dijo papá, esto no debería decírtelo pero creo que es mejor que lo sepas. Y yo le dije: cuenta, cuenta, soy todo oídos. Y ella dijo: Álvaro Damián se pegó un balazo en la cabeza. Y yo dije: ¿y cómo ha podido Alvarito hacer semejante barbaridad? Y ella dijo: los negocios le iban muy mal, estaba arruinado, ya lo había perdido casi todo. Y yo dije: pero podía haberse venido al manicomio conmigo. Y mi hija se rió y dijo que las cosas no eran tan fáciles. Y cuando se marchó yo me puse a pensar en Álvaro Damián y en el premio Laura Damián que se había acabado y en los locos del El Reposo en donde nadie tiene dónde reposar la cabeza y en el mes de abril, más que cruel desastroso, y entonces supe sin asomo de duda que todo iría de mal en peor.

viernes, 2 de abril de 2010

Yo no soy inocente...

Yo no soy inocente. ¿Lo es usted?
La realidad está aquí,
desplegada. Lo real acontece
en lo abierto. Infinito. Incomparable.
Pero el ansia de repetirnos
instaura las verdades.
Toda verdad repite lo inefable,
toda idea desmiente lo-que-ocurre.
Pero las construimos
por miedo a contemplar la enorme trama
de aquello que acontece en cada instante:
todo lo que acontece se desborda
y no estamos seguros del refugio.

Bien pensado, es posible que Platón
no sea responsable de la historia:
delegamos con gusto, por miedo o por pereza,
lo que más nos importa.

De "Matar a Platón" 2004 de Chantal Maillard

Un hombre es aplastado...

Un hombre es aplastado.
En este instante.
Ahora.
Un hombre es aplastado.
Hay carne reventada, hay vísceras,
líquidos que rezuman del camión y del cuerpo,
máquinas que combinan sus esencias
sobre el asfalto: extraña conjunción
de metal y tejido, lo duro con su opuesto
formando ideograma.
El hombre se ha quebrado por la cintura y hace
como una reverencia después de la función.
Nadie asistió al inicio del drama y no interesa:
lo que importa es ahora,
este instante
y la pared pintada de cal que se desconcha
sembrando de confetis el escenario.

Tuerzo la esquina. Apresuro el paso. Se hace tarde y aún no he almorzado.

De "Matar a Platón" 2004 de Chantal Maillard

Y es que hoy es el día del amor fraterno, broda!

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

de Luis Cernuda, corto y pego, por donde quiero...