jueves, 18 de junio de 2015

La toalla que no voy a tirar está muy sudada…

Uno va a sitios grandes, y la fiebre del gentío le posee. Y suda y se pone rojo bajo el sol de un domingo en Valencia, a mitad de mayo. Habitualmente, la masa le pone nervioso, le enerva, le molesta profundamente. Pero el peso del oprobio le ha hecho buscar la esperanza como quien busca comida tras el hambre, como quien busca dignidad tras el mercado de empleo, como quien padece un cáncer y va a oncología.
Y la primavera le ha hecho soñar con el cambio.
Y ha ido a mítines y ha vitoreado y ha coreado eslóganes y ha vibrado sobre el asfalto con los recuentos de votos y ha creído ver que su opción tenía visos de realidad, que era posible recuperar el diálogo como herramienta política.
La bandera y el gorrito naranja. El diálogo abierto. La lucha por quienes no cuentan. La necesidad de justicia y dignidad. El olor de un pueblo. Su voz y su lengua.
Y su nombre entre las naciones. Su honor, tantas veces mancillado a la salida de la catedral. No sé qué piensa la gente que sea el Corpus. Cuando yo creía, era dios quien salía a la calle; era dios quien se hacía pan para que comiera toda la peña; era dios quien se asomaba a la calle porque hay quienes no entran nunca a su casa, tan de gente rica y "presentable" la han convertido sus habituales, tan poco acogedora.
Qué tiempos aquellos en que si te perseguían podías "acogerte a sagrado" en una iglesia y podías confiar en la justicia también aquí, en la tierra. Corpus era el día del amor fraterno.
Qué tiempos aquellos también en que caridad era partirse el manto con quien tuviera frío.
Qué tiempos aquellos en que el pago de hacer inhabitable la casa de dios era el ofrecimiento de una piedra de molino para el cuello y un mar ancho y limpio donde arrojarse tras escandalizar a las criaturas.
Uno se siente enorme cuando cree que su ser pequeño le coloca en posición de frenar a los grandes partidos, de evitar el atropello de las mayorías; cuando suma votos y cree que nadie podrá pasar ahora por encima del pueblo llano, la tan temida clase baja, esa que no nombra nadie cuando dicen que parece que va todo mejor y que hemos salido de la crisis… Esa clase que ha perdido su futuro y no puede dar de comer a su familia, aunque consiga un empleo de esos que presumen de crear todos los días y que se acaba en pocos días… Esa clase que no ha robado, no ha derrochado, no ha puesto el cazo…
Hemos hecho historia esta primavera del 2015 y también la están haciendo los que buscan el pasado de otros y olvidan el propio, los que no recuerdan todo el oprobio que han causado.
Pero nadie nos ha de quitar el orgullo de haber apartado el pasado y de haber abierto las puertas a la decencia. Y aunque duela un poco, no permitiremos que nos vuelvan a robar la sonrisa.