domingo, 25 de octubre de 2015

La calma (Chantal Maillard...)

LA CALMA

Abre la mano, la extiende y dice
calma. La mano y también
el brazo. El brazo antes,
o simultáneamente. No sabe qué
tira de qué, si la mano del brazo
o el brazo de la mano. El caso es
que dice calma. Están los dedos
un poco separados, palma vuelta
hacia arriba -¿arriba?- hacia
donde los ojos cuando el tronco está
erguido. Dice calma. No: lo dijo.
Dijo calma. Ahora, quiere. Quiere
bajar la mano. O el brazo. No sabe
qué es primero, si el brazo
o la mano. Contempla los dedos,
ligeramente separados, ligeramente
curvados. El meñique agitándose en
su pliegue como un apéndice
desprovisto de fibra. Levanta la
cabeza, mira hacia delante,
en dirección a la calma que dijo,
o la palabra calma,
en esa trayectoria. Espera.
Deja de esperar.
Vuelve al brazo. Quiere.
Quiere que baje el brazo. O la mano.
No sabe si el brazo o la mano.
Entonces, el silencio,
silbando en sus oídos.
Y la dureza del asiento,
y el calor intenso, y el temblor.
Piensa en levantar el cuello
-eso es fácil- y
poner los ojos paralelos
al suelo. Paralelos al brazo,
que sigue extendido, con
la mano en su extremo.
Los ojos, es decir, la trayectoria
de los ojos alcanza el fondo
-¿fondo?- un vano o superficie
ahuecada en lo oscuro. Donde
el sonido de la palabra. Sin
la palabra. Donde el sonido.
Allí, entonces, alguien extender.
Alguien -¿alguien?- otro alguien.
Extender. Porque extiende
complica. Extender la mano,
otra mano. También
el brazo. Otro brazo.
Decir calma.

(Del libro Hilos -2007-
en Chantal Maillard
En un principio era el hambre
Antología esencial 1990-2015
Fondo de Cultuta Económica, 2015
pp. 112-113)