martes, 24 de febrero de 2015

pensar en ella...


E buscará en la playa una piedra que la llame...
Su madre pondrá su foto en la mesa a mediodía
y un jarrón de flores junto a su plato...
P buscará y encontrará mejores ramas para ella
en cajas de cristal del botánico...
R encontrará ridículo enfadarse con su jefe
un día así y saldrá a comprar poesía...


Y los cuatro pedirán a las nubes que se acicalen un poco
para que hoy vuelva a brillar aquella risa tan limpia
porque hoy es su cumpleaños y es fiesta grande.

lunes, 9 de febrero de 2015

Nubes ajenas



No es Pablo, su sobrino, aunque su cara es tan parecida a la que recuerdo de él cuando tenía siete años, hace tantos. No defenderé esto delante de ningún juez, pero hay gente que sólo adquiere carta de naturaleza desde su libro de familia, tan grande es la fuerza de la “progenitura”.

No es ella, ni tampoco lo fue aquel día en septiembre. Nunca subió en esta línea de autobús mientras yo viajaba en él hacia el trabajo ni durante el regreso; pero a veces hay gente cuya carta de naturaleza es haber ocupado mucho, mucho espacio en el cosmos. El camino sí lo hicimos juntos algunas tardes, pero en coche, hacia los palacios del lecho seco del Turia, a por música.

El corazón salta hoy también, como en septiembre. Los ojos, pellizcados por una imagen más del cerebro que del aire, se abren mucho y regresan a su presa veloces. No es ella. Vuelve el río a su cauce. El caudal de mis ojos remonta hasta su valle cerrado y remoto entre las montañas. Desaguará el pantano otro día. No es ella hoy, tampoco.

La nube de datos, que conserva la conversación con su hermano el día de autos (mi hermana ha…), y la predisposición de gmail a incluir en los reenvíos su dirección de correo, CCO, antes que la de los vivos, transporta un poco más tarde alguno de sus gestos, aquellos tan suyos, su sonrisa siempre, su autismo a veces, su abrigo rojo de mercadillo, tan calentito… Fotos en la playa, contra el viento. Fotos en Venecia y en el Mar Muerto, contra el agua. Fotos en la Valldigna, contra las piedras. Fotos, en el álbum familiar, las de aquella biografía que creamos a golpe de voluntad y por querernos. Fotos, contra el olvido imposible.

Su recuerdo sí es ella. Su regreso, cada día, sin horas… Esas sorpresitas suyas que tanto amaba, como su última/primera tarjeta navideña, ¡felices navidad-fallas-pascua-verano-etc.!, estrellitas para todo el año que yo he reenviado copiando para el 2015.

Volví al tanatorio hace poco, casi siete meses después de su día. Saltó de mi llavero la cruz brasileña que me regaló, entre risas, para apretar los porros, hace veinticinco años. En aquel tiempo saltaban las cruces de su cuello en la ducha, como avisando de encuentros o disgustos. Y eran señales que iba ella recibiendo y que compartíamos en nuestra aventura de lidiar este mundo y los otros, en nuestro acercamiento al más acá y a las nubes, en nuestro aprehender la vida y asumir la muerte. Después, durante años, las páginas de algunos libros contaban capítulos exactos de su vida y la nuestra, nos avisaban y rememoraban momentos cruciales, nos ponían en contacto con esas otras dimensiones que no existen pero haylas. Cualquiera diría que ahora las señales me las envía ella a mí. Me cuesta mucho, o todo, creer en ellas, pero son poesía. Como besos.

Sus dedos de pianista siguen enredados entre las flores del almendro y sus ojos y su gesto entre las luces del tráfico. Pronto será su cumpleaños. Brillará un diamante, el nuestro, pequeñito, por encima de su pueblo, entre unos cipreses altos y ante Castilla, tan ancha, de camino a nuestro pueblo, que ya no es suyo ni es mío. 

No sé en qué parada se ha bajado “no-Pablo”. Bajo yo en la mía. A veces una cara te saca del autobús y la media hora del viaje se hace paseo por nubes ajenas.

(La foto es de ella, y los efectos de color, también.)