domingo, 7 de febrero de 2016

niños


Estos días venía uno leyendo, cuando ha podido, en los trayectos de este universo 89-90 mío, un libro duro recomendado por una librera tierna y dura (Núria, una de "les dues llibreteres" de Llibreria 3i4): Els desposseïts, de Szilárd Borbély (enlace aquí).

Y tras días de goteo constante del malvivir de uno de once años, ha aparecido en la prensa la noticia de los 10.000 niños que no aparecen por ningún lado. Y parece que ver 10.000 veces a Aylan en la playa ha causado el efecto pretendido: desarmar y adormecer las conciencias ante un dolor tan repetido.
Madurar este golpe me ha costado. Digerirlo no creo que pueda.

Ante la corrupción en mi tierra (mía no, la que ocupo) alguien dice que todos son iguales. Me tiro al cuello: Todos no, la gente que “desaparece” a tantos no es como los demás: hay gente “mala” y gente que no lo es. Insiste ese alguien: Si es tu hijo quien necesita un órgano los principios morales se ponen en suspenso. De estos “álguienes” hablo cuando digo que hay gente “mala”. Seres que no dudan ante el propio beneficio, ante el propio supremo derecho a ser más que cualquier otro.

Llego a casa, y dos de los otros, sé que no son "álguienes", han escrito en Facebook dos “poemas”, Kike (enlace aquí) y Anna (enlace aquí). Los copio:

Kike Parra Veïnat (1 de febrero a las 11:40)

FOTOMATÓN EUROPA
Una fotografía de mi hijo. Una fotografía de mi hijo.
Una fotografía de mi hijo. Una fotografía de mi hijo.
Una fotografía de mi hijo... Así, hasta 10.000.


Anna Tomàs Mayolas (1 de febrero a las 23:17)
Avui somniaré
deu mil crits muts
de criatura espantada,
per cada crit
deu mil crits cecs
de vella vergonya
continental...
I demà al matí
quan prepari
els esmorzars
dels nens,
els meus,
moriré una mica
de vergonya,
meva.


No puedo añadir nada de momento.

Sigo viendo niños en mi universo de transporte público acompañados hasta el cole, con sus mochilas y sus juegos, con sus padres o sus abuelos, algunos con “mucama”. Aquí sigue la vida. Hemos de seguirla. Pero todavía oigo el grito de una madre con la esperanza rota. Una generación entera de madres desposeídas. Una tierra abandonada a su (mala) suerte. Un futuro descabezado. 

Y vuelvo a llegar a casa y pretendo acabar el libro antes de ir a dormir. Y lo consigo. Y transcribo las citas del libro que he señalado con post-its para guardar y compartir. Compartiré, me digo, en el blog de libros (enlace aquí) (qué casualidad, se llama “els orfes”, ya sabéis) esta novela desgarrada que habla de niños perdidos porque son diferentes.

Pero ya Núria (enlace aquí) ha hecho lo mismo con otro libro (enlace aquí).

También quien lee presencia estos crímenes y los digiere como puede. Y se sobrepone o no.
Los libros, como todo, vengo pensando, nos gustan si sintonizan con nuestros esquemas (lo que nos gusta, lo que reconocemos, lo que damos por sentado, lo que nos hace daño...). 

Hemos reconocido verdad en libros que hablan de niños desde siempre:

  • El gran cuaderno, de Agota Kristoff, (la misma, por cierto de “La analfabeta”) nos abofeteó con ganas con la historia de los hijos de la guerra.
  • Pèl de panotxa nos impresionó por la revolución que supone una madre que no quiere a su hijo.
  • Etc.

Y la reconocemos como verdad porque hemos vivido programas de “infancia desfavorecida”, porque hemos intentado reparar alguna de las heridas que causa en muchos la “cordura” de otros, la sociedad del “bienestar” de los ricos, la educación “trilingüe” de los partidos mayoritarios que olvidan que las minorías pagan sus excesos... Sabemos también de países que dicen que se irán de la Europa del dinero que no nos creemos por injusta, aduciendo problemas con los que llegan y no se “integran”, cuando son tantas las razones de peso por las que nos iríamos nosotros primero.

No son refugio los libros. Hacen daño como la vida. Como lo hacen los “malos”. Como lo hacen los “buenos”.

En este universo mañanero a menudo vienen niños. Nos alegran o nos molestan. A veces, ni los veo, sumergido en un libro o en mis asuntos. Estos días, llevo 10.001.

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